domingo, noviembre 12, 2006

fragmento de Alma del Infierno (y III)

Publico un tercer fragmento de Alma del Infierno. Ambientada la historia a fines del XVI, Andrés de la Torre es un joven estudiante que se ve de repente en compañía de una banda de pícaros y ladrones capitaneada por una arrojada joven y, como ellos, perseguido por la justicia. En ese texto que a continuación copio y pego se presenta al personaje de El Teniente, un gracioso embustero que contará una disparatada fuga de prisión. A ver si os gusta. Os deseo lo mejor =)

Alma_del_Infierno_-_fragmento_III (audio).WAV

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El otro vestía unas viejas ropas militares en las que no cabían más desgarrones ni cortes. Desde los hombros y hasta donde comienza el antebrazo tenía su vestido tantos tajos e hilachas que me recordaba siempre que lo veía las numerosas patas del pulpo. No era ni alto ni bajo; de ojos vivos que mostraban un alma lista y taimada; moreno de piel a pesar de que los demás, al igual que Alma, estaban pálidos como velones, debido quizá al excesivo tiempo que pasaban sin que el sol les diese lametazo. Decía muchos juramentos aunque no hubiese ocasión, como acostumbran a hacer los soldados y los marineros, y era el más grande embustero que he visto en mi vida. Y tan enormes eran las bolas que creo que si decía alguna verdad de vez en cuando era porque hasta él mismo se cansaba de mentir. Pretendía hacernos creer que era veterano soldado de mil guerras y combates, y siempre que podía contaba imposibles anécdotas de batallas, asaltos, tomas de plazas… Era delgado y tenía no más de treinta, aunque unas arruguillas en la frente como garabatos en el papel afirmasen que lindaba los cuarenta. Por todos era allí conocido como el Teniente. Como ya dije, tenía vendas arrolladas que le cubrían la frente tapándole una parte de la cara, amén de un brazo con tablillas. Estaba echado sobre una manta y se veía tan magullado que no se movía si no era imprescindible.
-¡Ah! – decía – encantado de conocerle, don Andrés. Disculpe que no le dé un abrazo a la persona que ha llevado al oidor más cerca del cornudo del azufre y la pezuñas que ninguno de nosotros en todos estos meses, pero, ya ve, así de postrado me hallo precisamente por los cariños de los esbirros de ese malnacido, que pillaron a uno un poco desprevenido, con el calzón bajado como quien dice, tomando parte con una mujer de partido en peculiar negocio de los que suelen despacharse en una conocida y renombrada casa de Béjar. Y así me vejaron a mí en cuanto me reconoció uno de esos endiablados corchetes que buscaba en aquel lugar la misma negocianta con quien tratar asunto parecido al que yo acababa de cerrar; llamó a sus compañeros, que todos se hallaban por allí cerca y, sin darme tiempo a sacar la espada, que ni siquiera me había ceñido aun, me dieron puñadas hasta por dentro de los ojos; tantas que pensé que me veía muerto al fin. Cuando se cansaron de pegarme decidieron llevarme ante la autoridad; mas tuve suerte de que el Guzmán había viajado a la corte, seguramente a pedir más hombres al rey, o a solicitar que viniesen más mangas verdes, o el ejército, o el mismísimo Luzbel con tal de apresarnos, y me enjaularon como a jilguero, en espera de que volviese el malvado para decretar, o bien mi muerte un día de estos a la sombra de un árbol con ajustada gorguera de lino, o dentro de años y tras mucho padecer, allá en lejanos mares. Así estaba yo en la miserable y oscura celda, conturbado y triste por el malestar del cuerpo, contrito por haber llevado una vida tan poco dada a la devoción y tan apartada de la virtud, que siempre se acuerda uno de estas cosas cuando está cerca de un gran peligro o cuando ve la muerte venir desde el horizonte, como lejano caminante. Allí estaba en el calabozo lamentándome, digo, diciendo algún ay de mí y soltando no menos pesias a tal, cuando hete aquí que oigo una voz que al través de la pared me dice:
>>-¡Ah del que llora!; deje por un momento el suspiro y el llanto, y escúcheme.
>>Al punto hice lo que me pedía, contuve lágrimas y exhalaciones, y continuó hablando:
>>-Respóndame si fuera posible, ¿no es vuesa merced uno que llaman Tiniente, que es uno de los valientes de la banda de esa Alma que dicen que lo es del Infierno?
>>-¡Ay, enhoramala, sí! –exclamé-, Teniente soy, mas sólo de golpes, llagas y disgustos, y tendiente me veo de una soga de lino y dando patadas al aire pasado mañana a más no tardar; y todo por seguir los pasos del demonio, que quiso que viniese a Béjar, a la misma boca del lobo como quien dice, por la afición que tengo a las carnes de la Juana Dolores, que innumerables me tiene dados ella a mí.
>>- Pues calle y escuche un momento. Yo soy el hermano de cierto campesino de nombre Ramón Hoces que debe a Alma y los suyos la honra de su familia, la poca hacienda que conserva y aun la vida, que alertaron a tiempo a mi hermano y se interpusieron cuando tan inicuamente actuaba la justicia de estas comarcas, que no es sino la justicia del diablo, que tal me parece el saco de estiércol ese del oidor. Mi hermano aprovechó aquella ocasión para escapar luego de aquí con su familia. Yo, Teniente, estoy aquí, en la celda al lado de la suya, porque como el Guzmán no pudo echar mano a mi hermano, echó la zarpa a uno de su misma sangre, y así llevo penando entre estas cuatro paredes no menos de diez meses, desde que él y su familia lograron escapar de tan injusta justicia.
>>- ¿Y qué quiere vuesa merced, maldito sea el mundo, que con la pena que yo tengo viéndome como me veo y quejándome como me quejo, la tenga también por un compañero de prisión? ¡Déjeme llorar en paz y a gusto y lamerme las heridas, como decirse suele; llore conmigo si quiere y lamentémonos juntos de nuestra desdicha, que parece que hay algo de consuelo en la pena si el llanto es compartido, pero para lo demás déjeme en paz, que no tengo ganas de conversación ni aun de oír respirar humano!
>>-¡Ah! Teniente, no me tapará la boca con esas, que fue mucho el bien que hicieron por mi hermano y su familia los de su banda sin pedir nada a cambio. Mire bien lo que le digo: le estoy ofreciendo la llave de la celda como quien dice, que ya me veo con ella en la mano, porque esta misma noche pienso poner en ejecución una traza con la que me veré pronto lejos de este lúgubre habitáculo. Mas para lograr escapar necesitaba la ayuda de alguien que fuese hábil en el manejo del acero y que se enfrentarse a esos rufianes de los carceleros, que yo sólo soy diestro en el manejo de mis pies, y ni aun eso, que soy algo patizambo…
>>Me alegraron sobremanera las palabras que decía la voz de tras la pared, e interrumpiendo su discurso pregunté que cuál era ese plan, y en qué podía yo colaborar a darnos a ambos libertad.
>>- No tiene mi plan ni una pizca del ingenio que suelen tener los que trazan los fugados para escapar de prisión, que tiene más de paciencia y fuerza bruta. La paciencia la puse yo, del modo y manera que le contaré, y la fuerza la va a tener que poner mi señor el Teniente.
>>Cada día al atardecer, cuando el sol ya traspone el horizonte pero aun hay algo de claridad, que tengo en mi celda un ventanuco pequeño y con más barras que Aragón por el que sé si es de día o de noche, y por el que me entra tanta luz que aun me permitiera leer un libro (si tuviese alguno y supiese leerlo); el caso es que cuando llega ese momento del día, entra un carcelero en las celdas a dejar un poco de sopa en una vasijilla de barro, una jarra con agua y un trozo de pan rancio; y esta es toda nuestra comida. Cuando llevaba aquí unos días dime cuenta que la sopa estaba hecha por algún otro ingrediente aparte del agua fría, y fue que encontré en ella un garbanzo duro como un diente. Como no pude mascarlo y tragarlo no quise, dióme por guardarlo. A los dos días apareció otro en la misma sopa; a los cuatro, aparecieron dos; y así continuaron apareciendo durante todo este tiempo, y todos los fui ocultando en un rincón. Ahora tengo no menos de ciento cuarenta pedernales. Había pensado meterlos en el hueco de la media que tengo menos gastada, enrollar bien el bulto resultante, y utilizar el invento como nunca visto rompecabezas, usando como asa el extremo superior de la prenda. Cuando hoy se ponga el sol y venga el carcelero, disimularé un rato cantando ese aire que comienza:

Puso don Juan una dueña
a su hija por que cuidara
que de honesta no pasara,
y es ella la que le enseña.

>>Que de nefastos que son los versos y lo mal que yo los canto, seguro que no sospecha que tramo intriga alguna. En cuanto se confíe me vendré sobre él con tan mortífera arma. Luego, una vez le tenga reducido, le quitaré la espada y el manojo de llaves de las celdas, y me daré libertad a mí, y después a vuesa merced. Y ahí empieza su cometido, que tendrá que tomar la espada y poner al resto de la guardia de la prisión de espaldas al suelo. Dígame ahora, si ya ha dejado de lamentarse, ¿qué le parece mi plan?
>>Y parecióme tan bueno que convine en todo lo que dijo, y en que lo ayudaría a poner patas arriba a cuantos guardias hubiera en la cárcel, y aun al mismo Cerbero si escapar nos impidiese de aquel nuevo Tártaro.
>> Llegó la hora esperada y pude escuchar como el guardián que se encargaba de dar la cena iba abriendo las puertas de las celdas con un rechinar de hierros malhumorados y chillones, que eran las cerraduras y los goznes (que más que goznes parecían gozques). Llegó al fin el instante en que le tocó entrar en la celda del Hoces, y empecé a escuchar la vil canción:

Puso don Juan, etcétera

>>Y oí como el guarda le reconvenía pronto, sin dejarle acabar la redondilla, y le decía que por su vida dejara de cantar tan desafinadamente o no tenía más remedio que traer el garrote gordo con que darle algo por que llorase de tan espantosa manera. Acto seguido distinguí un “¡Aquí será Troya!”, que debió de ser la frase con que mi amigo tomó fuerza y atacó, pues inmediatamente sonó la fortísima y garbancera coz del Hoz, y el caer al suelo de un cuerpo inerte. Díjome luego a través de la pared:
>>- Por Dios vivo que he cumplido mi parte; no es menester ahora más que mi buen Teniente cumpla la suya.
>>A lo que yo dije:
>>-Busque, amigo Hoces, busque la espada del guardián y la llave de mi celda y verá cuán rápido y a salvo llevamos el gato al agua; mas dése prisa, que me parece que oigo voces venir por el pasillo, señal de que han oído el alarido suyo, y el garbanzazo.
>>Y tomó la espada del desmayado y el manojo de llaves, y pronto viose libre de su celda; pero cuando intentó abrir la mía, tras probar con rapidez las cinco o seis llaves que estaban sujetas en el anillo de hierro, díjome, tremendamente asustado, pues ya venían los guardias casi doblando el recodo del pasillo:
>>-¡Ay de mí, desdichado! ¡Que falló el plan, Teniente! ¡que aquestas seis llaves son todas más chicas que la cerradura de su puerta, que es tan grande, a lo que imagino, como la que guarda las riquezas del duque de Lerma!
>>-Ya llegan los guardias. Rápido, ¿ve mi brazo, que dificultosamente asomo por la rejilla de la puerta?
>>-¿Cómo no habría de verlo si lo tengo justo delante y acaba de arañarme la nariz?
>>-Pues ponga la espada en mi mano y apártese, que desde aquí y tan incómodamente, a pesar de estar tan lleno de magulladuras, golpes y llagas, venceré a cuantos vengan.
>>Y tal hizo. Me puso la espada en la mano justo cuando aparecían tres guardias doblando la esquina, que gritaban: “¡Ténganse presos, ténganse, que nunca hubo escapada de esta cárcel sino fue la del alma de los penados cuando huye del cuerpo!” Y diciendo tal, acometiéronme los tres a la vez con gran fiereza. Mas desconocían que encontrarían en mí tal denuedo en la resistencia: era yo, en cierto modo, invencible, pues tenía un broquel de dos dedos de hierro de espesor y que medía no menos de siete pies de altura por cuatro de ancho. Así que estaba a salvo de cuchilladas, y no tenía más que cuidar que no me alcanzasen el brazo ni resultase herido mi nuevo amigo, al que protegía como si fuese la vida propia. No tardé en despachar a los tres guardianes: al uno de un tajo lo dejé pelado como a bruja, pues le arranqué el sombrero y toda la cabellera. Debía de ser presumido, porque cuando vio sus cabellos rubios y largos en el suelo, escapó gritando “¡ay de mí, que soy calvo!”; a otro, después de recortarle las puntas del bigote, que noté que las tenía asaz largas y despeinadas, le corté una oreja y, como era de asas (NOTA AL PIE: asa, en germanía, oreja) muy grandes, quedó muy descompensado, perdió el pie y dio con sus huesos en el suelo. El último, al ver los tremendos desmanes que a sus compañeros había ocasionado, echó a correr de puro miedo gritando “¡Ah, si así puede un solo brazo del Teniente, qué no podrá el Teniente entero!”.
>>No sigo contando más. Baste decir que el desorejado que estaba en el suelo plañendo tenía la gigantesca llave siete bajo la que yo estaba guardado colgada del pecho. Quitósela mi amigo Hoces pronto, y me sacó de la celda. Salimos por los pasillos y subimos la escalera sin impedimento alguno y pronto llegamos al exterior, donde nos vimos horros al fin. Ya era anochecido. Corrimos hacia el campo. Díjome cuando hubimos llegado cerca de una colina que hay a las afueras de la villa: “Ah, buen amigo, aquí debemos separarnos. Vuestra merced volverá, supongo, a servir a esa semidiosa bienhechora de estos lugares, que siendo mujer lucha mejor que mil hombres, y que pone un claro de bondad y justicia en tan encapotado cielo de infamia. Yo partiré al Portugal, que conozco bien la lengua que se habla en aquel territorio de España, y luego de allí bajaré y cruzaré la frontera de Dinamarca donde vive mi hermano con su familia, y allí me veré libre de todo peligro y permaneceré hasta que pasen unos años y todo se olvide y pueda volverme a mi querida patria.”
>>Y tal cosa hice, y aquí estoy ahora postrado, lleno de cardenales (y aun de papas) desde hace seis días. Y desde aquí mil venturas les deseo a mi buen amigo Hoces y a su familia.

Mucho me reía por lo bajo con los desaforados disparates que contaba aquel farsante; pero cuando escuché el último, no pude remediar comentar:
-Teniente, mal podrá pasar la frontera de Portugal a Dinamarca vuestro amigo si no es en sueños, que la una y la otra tierra están a no menos de cuatrocientas leguas.
A lo que él replicó calmosamente:
-Si está confundido será problema suyo, que no mío. Ya desandará lo andado y volverá de tierras portuguesas para ir a donde quisiere. O al llegar allá a territorio luso que busque a alguien y pregunte, que preguntando se llega a Roma. Y si se llega a Roma, también se llegará a Dinamarca, a lo que imagino.
Habló también Picio, cuyas carnes de la panza no paraban de temblar, dando muestras de que estaba riéndose para sí:
-Ay, amigo Pedro el Teniente, que cuando a mí me contaste la historia eran lantejas y no garbanzos las legumbres que tu amigo juntó y que más tarde procuraron tu salvación.
A esto respondió el soldado:
-Tanto da lantejas que garbanzos, pues, ¿no estoy libre al fin y al cabo?


F.F.Q., Alma del Infierno (2005)

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Y digo yo, ¡¿COMO ES POSIBLE QUE ESTA ENTRADA NO TENGA COMENTARIOS!?
Parece un fragmento de alguna novela de Pérez Reverte oiga.
Un beso

M. Imbelecio Delatorre dijo...

jajaja, gracias, apísima :) me subes la moral con tus piropos piroposos

:) besazo. gracias por todo. ¡Cuando digo que Cantabria es la mejor tierra de de España, no me equivoco!. Uno de mis personajes más queridos, Manuel Machuca, es de ahí también ;)

Manuel Machuca dijo...

oh, pero no me la presentes, a Peca ya la conozco ;)

un saludo